J. A. Sammael
Cuando enterraba el
cofre repleto de oro y piedras preciosas en aquella caverna mis tres compañeros
de correrías ya habían sido asesinados por Vicente Benavides ¡¡maldito
sea!! El montonero aguardó a que
terminara de enterrar el tesoro para degollarme. No quería molestos testigos
que supieran dónde guardaba su valioso botín.
Han pasado casi dos
siglos desde el espantoso crimen y mi espíritu sigue vagando atormentado por
entre las oquedades a las que han bautizado con el vil nombre del asesino.
Hasta hace unos años mi
única distracción era ver por entre las rocas el mar azul de Lebu pero ahora
los hombres me sorprenden cada verano con imágenes mágicas que proyectan dentro
de la cueva donde habito.
Dicen que es un
festival internacional de cine.
Si algún día alguien
contara allí mi historia yo a cambio le revelaría donde escondí el gran zafiro
justo antes de que Benavides me diera muerte.
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