Erik el Rojo
Recostado
sobre su navío, de 190
centímetros de eslora, 63 de manga y 55 de calado, el único
tripulante de la misma, Juan Inercia, hombre de la mar y por tanto marinero,
como le gustaba aclarar a quién le preguntaba sobre su ocupación u oficio.
Aguardaba pleamar desde su puerto base de Lebu, para salir a faenar. Ochenta y
tres años a las espaldas, sesenta y cinco de ellos ininterrumpidos afanados a
la cubierta de un barco, tras el palometón y el tamborete, y cuando las paradas
biológicas obligaban, se dedicaba a enmendar los aparejos de pesca. Sus
compañeros de salitre, se disponían a despedir a su patrón previo cumplimiento
de su última voluntad, la botadura de la embarcación con una botella de Chicha.
Su último jefe de máquinas, tuvo el honor de romper contra el ataúd la botella,
despidiéndose del patrón,
-
Adiós,
patrón.
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