domingo, 28 de febrero de 2016

142 ELLA

142. "Ella" por Xavier

Como cada mañana, ella toma su maleta de cartón y su paraguas. Camina con paso firme y cruza el puente sobre el río Lebu. Responde con fineza los saludos y las sonrisas de sus paisanos. No quiere demorar su marcha, cuenta con el tiempo justo para tomar el tren. Pero ella nunca encuentra la estación...

141 PERSONAS

141. “Personas” por Eduardo Ramírez

Camino lentamente con los demás. Mientras más adelante, la carroza fúnebre avanza flemática, guiándonos. En Lebu, como en cualquier otra ciudad, sus habitantes son una masa abigarrada que transita en las calles, con cualidades y defectos varios. Sin embargo, siempre existe en sus entrañas una persona que las posee todas, malas como buenas, envidiadas como despreciadas; todas en una persona.
El señor Carlos, era el de la ciudad. Después de haberme trasladado de Santiago a Lebu, hace tres meses, su persona no dejaba de ser objeto de historias y chismes. Intrigado por las habladurías de la gente, fui a su casa. Sólo bastó un mes para agradarme.
Un hombre ecléctico de cabello cano y barbas largas. Sus conversaciones siempre apasionadas. Lo acuchillaron un viernes en su casa, al parecer, a algunos el odio les pudo más. 
Mientras lo recuerdo, veo como la boca terrosa devora sus restos mortales, mientras ellos sollozan.

140 EN EL OLVIDO

140. “En el olvido” por Eduardo Ramírez

Piedad me miró con ojos esmeralda.
-¡Idiota! –me espetó en cara.
No hice caso. Me subí a la camioneta con el molesto loro en mi brazo; mis padres, entretanto, se despedían de tía Luisa. Erika a lo lejos, hacía lo propio en silencio. Minutos después, ambos estaban en el vehículo, padre encendiéndolo me vio por el espejo retrovisor, su rostro reflejaba tristeza y desilusión, el de madre no era distinto.
Desvié la mirada. Me quedé estático, observando un paisaje difuminado por la velocidad, difuminado como Erika. Una extraña vestida de amiga, un desengaño aparentando consuelo. Como todos allí, como todo en Lebu.
Bajé la ventanilla muy lentamente, dejándome golpear por un viento recio y frío; mientras la sostenía en el otro brazo. Cuando hubo quedado abajo, la lancé.
Lancé a esa ingrata junto con su pajarraco, lancé esos recuerdos difusos de amor y alegría, lancé esa congoja a donde pertenecía, a Lebu.

139 AMOR, NO PAGUEMOS

139. “Amor, no paguemos” por Eduardo Ramírez

Ambos dirigieron su atención al otro. Él con una mirada divertida, traviesa; ella con una alegre, dubitativa.
Atenazaron sus manos, como quienes piensan, será la última vez que estarán con el otro y temen perderlo en su riesgosa empresa. Cuando ven acercarse despaciosamente el autobús, respiran hondo, tomando bocanadas grandes de oxígeno con olor a cigarrillo.
Los corazones palpitan desaforados, como en la feria del Lebu añorado, sus labios se fundieron por vez primera en un juego montado sin pagar. Ahora, es tarde para retroceder.
El autobús se detiene por fin y abre las puertas, invitándolos a pasar. Ella se mueve, sacudiéndose las dudas, haciendo que él reaccione. Cuando las puertas se cierran ambos están ya en el interior. Las risas son proferidas poco después de haber partido.
Se abrazan, reconfortándose, acompasando el tamborileo de su amor. Ese amor lebuense en el que están obligadas las aventuras y un ardoroso amar.

138 MARIPOSAS EN LEBU

138. “Mariposas en Lebu” por Felicigab
Anoche, doña Inés ha vuelto a quedarse dormida con las pantuflas puestas y las ganas de ver a sus nietos en los puños del alma.
El día de hoy la recibe temprano con la incertidumbre como única certeza y ella se dice, naturalmente sin demasiada convicción, que tal vez esta tarde lleguen a Lebu para cumplir con aquella promesa añeja que no hace más que desdibujarse de a poquito.
Y con ese extraño apuro de quien recién se despierta, arrastra los pies rumbo a la cocina.  Lleva los ojos semiabiertos intentando atravesar la oscuridad sin llevarse por delante a su propio mal humor, ese que la soledad y la desilusión le tejen, con sus garras, en los párpados.
Otra vez se ha olvidado de cerrar la ventana y ahora las paredes grises están cubiertas de colores.

A diferencia de sus nietos, las mariposas siempre recuerdan cómo volver a casa…

137 SILENCIO NEGRO

137. “Silencio negro” por Kaweshkar

Día a día, se empinaba a paso lento sobre el negro asfalto hacia el cerro Amalia de Lebu. Su silueta se erguía gracias a un viejo bastón, mientras la densa brisa del mar lo acariciaba.
Su caminar era resguardado por dos perros de lealtad única,  siempre solo, no era necesario más que sus perros. El no quería  hablar, dejó de hacerlo desde aquel accidente  en la mina Consolidada.
Aquella noche, mientras  los acantilados conspiraron con  el invierno,  tres carros caen al vacío. Uno de ellos arrastró a su  hermano menor al mar, a quien debía cuidar. Desde ese día nada se supo, nada se encontró.
Una noche negra y silenciosa confunde su paso, sus fieles perros perdidos se divisan en la lejanía, escucha voces de infancia… un abrazo del viento… y por fin paz. Su culpa con su cuerpo se desvaneció entre la escoria de carbón.

136 PRISIONERO DEL RECUERDO

136. “Prisionero del recuerdo” por Taylor

 “Se acercaron, y entonces, aceptando de una buena vez sus más ocultos sentimientos, rozaron sus labios, allí, en Lebu…”

Despertó, sobresaltado. Miró hacia los costados, buscándola desesperado, como si una parte de su propio cuerpo le faltase. Nada. <<Ya no está>>, retumbó en su mente. Entró al lavabo y se lavó la cara. Hacía ya cosa de un año desde que la vio por última vez; era momento de ir a verle. Se vistió con lo mejor que llevaba, pasó a comprar unas flores de camino, y no dejó de pensar en su sonrisa. Entró súbitamente, aunque con aire sereno. Avanzó con calma por aquel oscuro espacio, y luego de unas vueltas, la divisó. Con calma y algo de ansiedad, avanzó hacia ella y se recostó a su lado, y entonces sintió el nostálgico frío que la lúgubre losa le ofrecía. <<He vuelto, amor>>, dijo, mientras una lágrima recorría su mejilla…”

135 AMOR BAJO LA LLUVIA

135. “Amor bajo lluvia” por Taylor

La lluvia cubría como adornos aquel cielo veraniego. Mas, las gotas que no me había detenido en Valdivia, no lo harían ahora en Lebu. Corrí a todo lo que daba mi cuerpo, mientras el agua en algo reconfortaba mi herido cuerpo. Entonces, a la distancia, la divisé. La estación de ferrocarriles, donde en menos de diez minutos partiría una colosal tren rumbo a Los Sauces, alejándola, sin saberlo ella, para siempre de mi vida. 
Entré agotado, mirando entre todos los trenes, tratando de identificarla. La vi, y no pudo evitar soltar algunas lágrimas. Jadeante, llegué hacia ella. Abrí la boca, pero entonces un suave dedo de apoyó sobre mi labio, mientas me acariciaba con su otra mano. Cerré los ojos y sentí cómo se alejaba. Pitó el tren, y sentí una angustia enorme, pues no la vería más. Abrí los ojos, y entonces vi su sonrisa, húmeda como el cielo. “Aquí estoy”, dijo.

134 "69"

134. “69” por Taylor
Sentía el peso de la culpa sobre mi espalda, como si me apuñalara con cada paso que daba sobre los adoquines de Lebu. El terror ya había comenzado a expandirse sobre aquellas zonas, y era necesario dejar en claro nuestras verdaderas intenciones. “Morirán”, dijo una voz de culpa en mi mente, “los inocentes morirán… tú los matarás”. Cerré los ojos, mientras una lágrima recorría mi mejilla, a la vez que comenzaba a dudar de la convicción que me había traído aquí. “No temas, hijo. Sirves a razones aún más grandes que la vida o la muerte”, retumbaron las palabras de mi maestro en mis oídos. Era cierto, aquellos serían apenas un sacrificio en la búsqueda de un mejor futuro para el mundo.
Allí, en plena plaza, mientras toda la gente vivía ignorante de un lado a otro, cerré mis ojos, y sentí un calor que me invadía, mientras lo decía. Si, ¡Al-lahu-ákbar!

133 BRAVA II

133. “Brava II” por Fernando Almar         

A  las cuatro de la mañana partimos al “paseíto” como él Tío nombraba al viaje que yo por primera vez haría en su reluciente lancha albacorera “Brava II”; decía que “Brava I” era la tía, aunque a ella no le hacía mucha gracia tal afirmación.
 El cielo de Lebu estaba oscuro y había mucho viento, no era buen augurio, pero mi tío decía que eso era normal. Embarcados ya,  la lancha se empinaba sobre las olas, luego bajaba vertiginosamente, aterrado observaba grandes monstruos  de negras aguas que se me venían encima… las instrucciones del Tío no se escuchaban por el rugido del oleaje, de pronto una ola gigantesca abraza la lancha, resbalé  cayendo al mar, luchaba por mantenerme a flote mientras la lancha se alejaba…
Sentí que me zamarreaban… 
-Despierta hombre, despierta.
-¿Qué? ¿Ah? 
-Comenzaremos la  faena de pesca.        
-Comprendí entonces que estaba soñando acurrucado en un rincón de la cabina.

132 AÑORANZA MUDA

132. “Añoranza muda” por Rocío Miela
-¿Le puedo ayudar en algo?
La excesivamente abrigada señora de edad frente a él respondió algo inaudible.
-¿Disculpe? –se justificó el bibliotecario, a lo que ella replica con el mismo tono bajo de voz. Debe estar resfriada, pensó, recordando las heladas de esa semana.
-¿Desea leer un libro?
Ella asintió y, tras una vacilación, con su mano enguantada apuntó a la palabra ‘ciudad’ de un libro en un estante y luego a sí misma.
-¿De su ciudad natal, quizás?
La señora afirmó sonriendo.
-Mh, le buscaré un map…- un gesto de ella lo interrumpe  y, en cambio, le señaló animosa que recapitulara. Confundido, le obedeció:
-Le… busca…
Con un pequeño salto volvió a detenerlo y moduló marcadamente: ‘Le…’
El bibliotecario, con una carcajada, captó:
-¡Lebu!
Ella sonrió asintiendo con un semblante de nostalgia.

Él le ayudó hasta verla desaparecer por la puerta con su libro arrendado.

131 ¿LEBU?

131. “¿Lebu?” por Suyai Likankura
Es Lebu una ciudad marina: llena de nostalgia, llena de recuerdos, soplada por feroces vientos y abrazada por la noche calma; custodiada por bramidos de animal lidiado en plaza de toros y teñida por las vetas de una piedra que, de capa negra, inundó de galas a un pasado fulgurante, y también de luto a las familias que no vieron volver al hombre que, por la mañana, habían abrazado y despedido en el dintel. Vestida de folclor pesquero, sabe de generaciones echadas a la mar. Entre pirquineros y pescadores ha escrito su historia; llorando derrumbes, sufriendo naufragios, mas los dolores estoica llevando. 
Partida en dos mitades por exorreica lengua, con sus dos mejillas azotadas por aire salado, sueña el cielo hacia el horizonte, allí donde se junta entre soles con el mar. Al son de brisas arremolinadas, con ojos de añoranza, con ojos de esperanza, sigue resistiendo el paso incansable del tiempo voraz.  

130 REINETA

130. “Reineta” por Felipe Rey

Se cuenta que hace una buena cantidad de años, en caleta Ránquil, comuna de Lebu, un viejo pescador solterón apareció en su bote con una reineta de color púrpura que medía casi dos metros. Relató a los curiosos que originalmente era una sirena con la que tuvo un romance en alta mar, pero que ésta le había dicho que prefería transformar todo su cuerpo en pescado, para así poder alimentarlo, antes que darle un amor imposible. Los lugareños estallaron en risas, sin salir del asombro ante tamaña especie desconocida.
La vendió en bastante dinero. Muchos afirman que cuando vio cómo la faenaban, una expresión de nostalgia invadió su rostro, y unas tímidas lágrimas hicieron acto de presencia.

129 HALLAZGO

129- “Hallazgo” por Felipe Rey

Un grupo de mujeres de la tercera edad, integrantes de una junta de vecinos de Lebu, devastadas por el fatídico terremoto del veintisiete de febrero del dos mil diez, caminaban por los escombros de lo que alguna vez fueron sus hogares. Doña Etelvina divisó algo de color fucsia que brillaba debajo de un velador en la casa de Doña Marta. Al recogerlo notó que se trataba de un juguete sexual a pilas. Cuando miró a sus amigas, éstas estaban petrificadas, con los ojos abiertos de lleno observando aquel objeto; Doña Marta pudo notar como sus mejillas se encendían producto del bochorno. Doña Etelvina, con delicadeza, dejó el juguete donde estaba, se paró y siguió caminando junto a las demás veteranas, que al igual que ella, no volvieron a pronunciar palabra hasta pasado un buen rato. 

128 CARBÓN

128. “Carbón” por Felipe Rey
Carrasco era un minero del carbón en Lebu. Su labor era ardua, de sol a sol; cada día llegaba demacrado a su casa, donde apenas veía a su mujer e hijos. Trabajó casi un año entero antes de que le dieran vacaciones; en ese instante decidió hacer un asado junto a los suyos para celebrar.
Justo al ocultarse el sol, y como una traicionera paradoja, aconteció un apagón. Carrasco procuró que sus fornidos brazos resguardaran a su familia, ya que ni los rayos de luna permitían ver suficiente; lo único que se podía apreciar era el carbón humeante en la parrilla, que se enrojecía cada vez más, salpicando chispas; como un pequeño espectáculo de fuegos artificiales que le recordaba que el trabajo duro lo estaba esperando de vuelta. 
Carrasco se acercó a la parrilla. La botó de una patada. La luz volvió.

127 ELLA ES ASÍ

127. “Ella es así” por Alas de mariposa

Ella no tiene habilidad alguna para recogerse el pelo. Para lo que sí que la tiene es para llegar a fin de mes. Las mañanas se las pasa vendiendo pañuelos muy  cerca de una de las librerías más conocidas de Lebu, donde tiene un puesto fijo en el semáforo de enfrente. Por las tardes les da su paseo diario a Athos, Aramis y D’Artagnan, tres perros afganos. Ya de vuelta a casa rebusca en un contenedor cercano y nos prepara la cena a los gemelos y a mí. Por la noche se queda dormida en cuanto se sienta en el sofá. Mientras, la abrazo y le digo lo mucho que la quiero.

126 AMIGO IMAGINARIO

126. “Amigo imaginario” por Cristhofer Leiva        
 Cuando era pequeño despertaba temprano y ansiaba jugar en el estar o el comedor de la casa. Hubiese preferido salir a la calles de Lebu pero no me dejaban, así que, por un tiempo estuve bastante solo.
Hasta que una mañana encontré a un niño debajo de la mesa, nos hicimos amigos en secreto y reíamos sin parar. Pero la diversión duraba poco, porque apenas sentía levantarse a mamá él se iba sin que yo pudiera detenerlo. Así que un día decidí contárselo a mamá, ella no se sorprendió; nos escuchaba riendo todas las mañanas desde su pieza.  
Un día mamá se levanto muy enojada por nuestro alboroto y nos prohibió volver a jugar por la mañana. Al día siguiente salí a jugar de nuevo pero esta vez no estaba. Regrese a la cama y recuerdo que antes de volverme a dormir pensé por primera vez que los niños también pueden morir. 

125 VOLVIENDO A CASA

125.- “Volviendo a casa” por Cristhofer Leiva

Sentí caer las hojas de un árbol afuera, recordé este antiguo jardín, lleno de imágenes que se desparramaban en cada adoquín que pisaba. Me sentía como un extraño conociendo su nueva casa. Podía mirarme diez años mas joven de lo que soy ahora, en cada rincón aparecía una fotografía para la que nunca posamos. Había vuelto para sentirme entre los míos, pero sin querer llegaba como un forastero a mi Lebu. Al lado de la puerta estaba mamá, colgando de un marco con una sonrisa que llenaba su bello rostro de arrugas que no alcance a conocerle. Había muerto y no podía dejarme de sentirme culpable, yo la había matado, la había dejado morir cuando me había ido. Ella no lo dijo, pero yo siempre supe que una mujer como ella no podía vivir sola. Ahora vuelvo como un asesino el lugar del crimen.

124 EL CAVERNARIO DE LEUFU

124. “El cavernario de Leufu” por Keriano.
“Lebu, pero para nosotros, siempre será Leufu”
En su historia, han pasado desde leyendas, hasta destacadas figuras nacionales e internacionales. Pero un personaje consagro estas tierras para buscar refugio. Pero, no sin antes dejar algo para los aventureros que acecharán sus hazañas.
En aquella caverna se observan algunas reproducciones de películas. Pero aun esta el botín del renegado, el cual no pudo llevárselo completo. Pero dejó una historia que daría nombre y carácter al lugar.
Me adentre aquella tarde de abril, y pasé varias horas dentro de la caverna. Pero no encontré nada. Me recosté en una pared, y mirando así arriba, veo un escrito que dice:
-¡Miras al cielo!, no verás nada… Pero si apuntas a tus pies, estaré yo.- Vi unas letras esculpida en el suelo rocoso, que dice: -¡viva Chile!- según leí, no tan sólo era un bandido, también era un patriota. Desertor de los hermanos Carrera. Vicente Benavides.

123 BRETANIA

123. “Bretania” por Anselmo

La señorita Bretania, asistente de la Biblioteca de Lebu, esconde sentimientos y sueños entre los libros.
En los de tapa café permanecen sus lágrimas que cree olvidadas, en los azules guarda sonrisas esquivas, en un libro especial permanecen los sentimientos encontrados, por elección en los de tapa roja encierra la rabia contenida y en ese libro negro protegido por arañas ahoga las envidias y brujerías. 
Pero las tardes de paseo con su amor los guarda en los archivos prohibidos para el público en general.

122 NIEBLA LEJANA

122. “Niebla lejana” por Renato

El agua escurre por las paredes, agua oscura que cubría sus pies, agua inagotable como lluvia del sur. Un mal presagio, muerte anunciada entre sueño y pesadilla.
Cuando despertó pensó en su hermano enfermo, llamó a su madre y supo que había fallecido en el hospital de Lebu.
Sintió la soledad del olvidado, del que quiere morir entre el sopor de la niebla lejana.

121 ENTRE LA VIDA y LA MUERTE

121. “Entre la vida y la muerte” por Julio Esteban
Cuando llegó al FUERTE DE SANTA MARGARITA DE AUSTRIA, a orillas del rio LEBU, pensó en un destino incierto ante una selva inhóspita, la soledad entre poco mas de 50 compañeros, lo llevaba a  recordar los paseos junto a su amada por CASTILLA, sin embargo el graznido de aves desconocidas lo ponía en alerta, presagios oscuros, lluvias eternas,  y un frio oculto entre sus huesos lo  mantenía casi siempre enfermo,   un sudor frio de miedos acumulados día tras días le comía el corazón.
Cuando  escuchó  el chivateo y gritos de sus amigos de armas, finalmente comprendió que ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE  ESTABA ÉL.

120 EL BAILE

120. “El baile” por Ernesto
Ahora que dejamos atrás nuestro viaje te contaría como pude abrazarte, tenerte conmigo y sin embargo no lo hice.
Me humillé, dejé que Carabonita, se hiciera el guapo del grupo y bailara en el río contigo a las afueras de Lebu, sin darle importancia a tu gracia, para él era una conquista más, ¡que tonto fui!, desperdicié mi oportunidad y me envolvió el tiempo en la locura de la noche, yo no supe retenerte en mis brazos, caí en la más honda depresión. Fue cuando los milicos entraron y me redujeron, allí se quedo mi Carabonita, tirado en el suelo con la cuchilla de Albacete que le clavé en el estómago, ya nunca más me alejaría de ti, aunque tuviese que estar cien años en la cárcel, te buscaría por toda la tierra a mi salida, no dejaría que nadie más me quitase tu sonrisa, tus besos y la vida junto a ti.

sábado, 27 de febrero de 2016

119 GNOMO DE PAPEL

119. “Gnomo de papel” por Marcel Duchan

La primera vez que la vi, fue en Lebu, ni siquiera por ser una ciudad egregia, mis pensamientos los fueron, tampoco, mis déspotas actitudes frente a quienes quisieron reclamarme no era manera de tratar a una dama;  lo que ellos no sabían, yo descubrí, es que este mamarracho disfrazado de mujer, con ciertos coqueteos me permitió entrar en la biblioteca y para que les cuento, si todo es verdad.

Mis manos, dos larvarios pasionales, tocando aquel voluptuoso cuerpo, gozoso en saciedad; cuando me encontraba de lo más perdido; me encontré, sí, las dos encontré y…no se rían, porque fue vergonzoso encontrar las dos pestañas postizas con las cuales me sedujo; pero me he vengado de la ignominia perpetrada y aún que preso en biblioteca, mientras se aclara este bochornoso asunto, lloro mi desdicha de haber perdido  la chica de mis sueños, aun que un gnomo del libro fuera.

118 DESEARÍA VOLVER A VERTE

118. “Desearía volver a verte” por Matías el poeta

En  Lebu  la  conocí,  una  niña  preciosa  de  dulce  mirada,  desgraciadamente  solo  la encontré  una  vez.  Cuando  la  mire  por  primera  vez  fue  como  haber  visto  un ángel,  ella  con  su  belleza  irradiaba  luz  y  yo  quede  un  minuto  sin  poder  ni siquiera  despegar  la  mirada  de  ella.  Con  solo  un  saludo  y  una  mirada  basto  para quedar  enamorado  de  aquella  niña.  Sin  saber  su  nombre  fue  imposible  buscarla pero  esa  mirada  la  reconocería  entre  todas  las  personas.  Cada  año  vuelvo  a  ese mismo  lugar,  en  la  misma  fecha  para  ver  si  la  puedo  mirar  una  vez  más  y  poder  decirle  lo  que  causo  en  mí  y  todo  lo  he  tenido  que  sufrir  por  ella, soñando  cada  noche  con  su  mirada  y  despertando  siempre  solo  con  lagrimas  en mis  ojos. 

117 PAYASO DE PORCELANA

117. “Payaso de porcelana” por Marcel Duchan

La ventana en la Biblioteca de Lebu estuvo toda la mañana abierta, nunca había permanecido así, los amigos no lo habrían permitido; pero hoy se batían las cortinas, parecían los barriletes de tío Eusebio en carnaval, daban sensación de lenguas de llamaradas con chasquidos ardientes y,  aunque sucediera esto en la biblioteca  todo el vecindario lo sabía y lo más curioso es que yo sabía que ellos de mí  se estaban riendo.
¡Ayayay carajo, se puso el hombre pitoniso con las ventiscas, cierra las ventanas mija, para que se desentronice.

Pues ríete,  búrlate, compadécete del rol que represento, fui escogido para dirigir tus pensamientos, me encuentro ahora desecho, la brisa que violo el cerco bibliotecario, ella rauda y veloz  se introdujo sin medir revuelo, me ha tumbado de mi sitial de honor de mi pedestal, me ha atajado el piso duro y frio a la vez que gritaba; ríete, ríete.           

116 LA VISITA

116. “La visita” por Marina Ovalle

Mi reflejo en sepia se entremezcla con la vista que tengo camino a Lebu. El auxiliar me examina las piernas descubiertas, no me incomoda. Noto que su perfume es el mismo que usabas tú. Que agradable es cerrar los ojos y tenerte un poquito más cerca, aunque al abrirlos te me pierdas. Tan perdida, pobre ilusa. Persiguiendo un recuerdo ajeno: voy a visitar las cuevas que me nombraste el día que nos conocimos. Me gasté mis pocos pesos para venir y pisar del suelo en que aprendiste a caminar. Quiero respirar ese aire a infancia. Entre los ecos de mi voz ajada buscaré tus propias palabras. Que me querías, que juntos visitaríamos este pedacito de sur que fue tu casa… Vamos llegando me dice el perfumado. Absorta en mi propio reflejo, me veo tan perdida a pesar de saber que ya estoy exactamente sobre Lebu. 

115 INCONMENSURABLE

115. “Inconmensurable” por Amaya LJ

Una ráfaga de viento, recorre la ciudad. Inquieta, bulliciosa, con ruido que cala los huesos, que asusta con el estruendo que provoca. Se dirigió a los cerros, donde fue atrapada por gigantescos seres de tres brazos, que giraban sin parar cada vez que aquella ventolera aparecía. Lebu, conocido como la ciudad del viento, donde este torbellino se quedó, para que las oscuras noches puedan brillar con su energía. 

viernes, 26 de febrero de 2016

114 EL TIEMPO

114. “El tiempo” por Cardenia

El tiempo en Lebu anda ya muy cansado. Le suena toda la humanidad. Entre tanta ciudad y escaso campo, ya está francamente harto.

Ya lo tiene decidido: se va a poner en huelga indefinida a partir de hoy a las cero horas. Y asegura que nadie lo sentirá desaparecer de tan ocupados que están en su rutina.

113 CONEXIONES

113. “Conexiones” por Cardenia

Dicen que el agua viaja mejor en estas tuberías. Por eso las trajimos aquí a Lebu, en el corazón de Arauco. Fue como un juego de niños. Y fue mejor así porque los juegos de grandes no son divertidos. Duelen hasta el alma. Por culpa de ellos entiendes que lo que viaja mejor en estas ropas es la pobreza, que lo que viaja mejor en nuestros cuerpos es la desesperación. Son cosas de grandes que no deberíamos vivir los niños.

Pero no todo es malo: gracias a eso ahora sabemos que también viajan hasta acá las personas que ayudan, y que las mejores ropas son las sonrisas, los abrazos y la vida misma. Son cosas que entiendes hasta que el dolor te llega al alma. No son cosas divertidas como los juegos de niños. Como cuando trajimos las tuberías al corazón de Arauco: Lebu, porque en ellas el agua viaja mejor.

112 AÑOS y SUEÑOS

112. “Años y sueños” por Cardenia

Ella carga la experiencia mapuche a cuestas. Lleva toda una tradición sobre la espalda: miles de conocimientos, ideas, consejos, recuerdos, sobre ella, sobre estas tierras, sobre este rincón del universo llamado Leufu, luego Leuvu, Lebo, Lebú, Lebu, tantos nombres como vidas, suficientes como para llenar una enciclopedia entera.

Pero también a veces y sin aviso alguno, va detrás de ella todo un mundo de magia y seres extraños, quimeras, sueños. Leufu: Lebu. Y ella, las más de las veces, ni cuenta se da…

111 EL VERDADERO TESORO

111. “El verdadero tesoro” por Khana1611

Ese atardecer sería uno de los más bellos aquel verano en Lebu. Vicente con su tesoro a cuestas buscó un lugar propicio y lo escondió. Teresa fue más astuta, pero Vicente nunca lo supo.  Han pasado casi 200 años y me encuentro aquí en la misma caverna  mirando la película de su vida proyectada en las rocas.  A mi lado una hermosa mujer me mira, me sonríe.  La abrazo fuertemente y  la  aprieto contra mí, mientras susurro a su oído… “te amo tesoro”.  No cabe duda que mi historia de amor recién comienza a escribirse.

110 DESPERTAR

110. “Despertar” por Kazbeel


Una noche de luna llena en la que el viento silbaba desde el mar hasta explotar en los oídos de todos, en Lebu. Julián se despertaba en medio de la noche exaltado y sudoroso, le dolía el corazón de pensar en su estado. Buscó súbitamente su pantalón,  echó rápidamente su mano en los bolsillos, contó los centavos que le quedaban y entonces recordó: que en aquellos momentos en que se desesperaba hasta el ahogo, debía de dejar de contar centavos para aprender a contar estrellas. Simplemente despertó.

109 VOLVERÁS



109. “Volverás” por Paulo Austero Domen

Los rascacielos aparecieron entre las nubes. Sintió comodidad, placer. Una ciudad estadounidense: rica, cosmopolita. ¿Qué le esperaba allí? Le esperó un trabajo, un departamento con vista a Central Park, una Volvo XC90, mujeres de todas las medidas, sabores y colores. Nueva York: la ciudad de las cosas. Al principio esa emoción bastaba; los sentidos galopando al placer de las cosas y personas. Confort.
Pero después dejó de sentir. Las calles estaban mudas. Los edificios eran como naves de otro planeta; ajenas a la tierra, a su tierra. Las mujeres, con sus lenguas extrañas, le parecían hadas monstruosas. El idioma lo traicionaba a cada rato. Incluso dejó de conducir por la ciudad y comenzó a tomar el metro, que era espantoso: la humanidad en serie al matadero, silenciosa.
Tuvo pánico. ¿Pero qué diría al volver? Diría la verdad; la tierra canta y su canto es dulce y se siente. Lebu era una canción.

108 LEBU




108. “Lebu” por Paulo Austero Domen
La primera vez que escuchó la palabra Lebu, tuvo miedo. ¿Por qué no recordaba nada de esos años? Su padre, un militar retirado, siempre le daba la misma respuesta; es que tuviste buena infancia.  Y le enseñaba fotos, que empezaban desde el cumpleaños 3. ¿Y las demás? Se perdieron, le contestaba su padre seriamente. Siempre las mismas las palabras. Pero Lebu era una palabra distinta, como navaja filosísima que poco a poco comenzaba a cortar capas de la memoria revelando cosas. Lebu. La presentadora, frente a la cámara, cubría un crimen pasional en aquella ciudad. Se mencionaban las palabras sangre, revólver, tiros, y cada una era como un mantra que destruía puertas y revelaba lo que había detrás de la pantalla gris. Escuchó pasos en la escalera y los reconoció de antes, de cuando no recordaba. Buscó el revólver y apagó las luces. Esperó. Los pasos se acercaron más. Lebu. Ahora sintió rabia.