Como no nos veíamos desde hacía cuatro semanas, con
Javiera quedamos de juntarnos en Lebu, punto donde convergían nuestros caminos
durante las vacaciones. Llevaba su vestido floreado y su sombrero de paja,
sonriendo mientras me saludaba con su mano abierta. La besé como quería hacerlo
desde hacía días, sintiéndome radiante, vivo, lleno de energía. Luego dimos un
paseo entre las gaviotas, hablando sobre nuestro viaje y los respectivos
familiares que habíamos visitado; comimos escuchando las olas y viendo el sol
morir lejos. Al anochecer decidimos subirnos al primer bus de vuelta a casa,
percatándome que tenía un montón de llamadas perdidas de Javiera. Imposible, dije,
abriendo uno de sus mensajes de texto; explicaba que había esperado toda la
tarde en el punto acordado sin tener noticias mías. Entonces la Javiera del
asiento contiguo se apoyó en mí; dijo: “no todo es lo que parece, querido”.
Mi grito despertó a todos los demás
pasajeros.
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