Sentada en las arenas
cálidas de una playa al sur de Chile, después de ver la gran competencia de
Surf Lebu para el mundo, que se celebra en dicha localidad.
Recorrí el sector en esa
soleada tarde de febrero, y al sentarme en los roqueríos, diviso tenuemente,
como en la orilla dos enamorados experimentan cómplices la palabra deseo.
Me sorprendí al verlos
sin complejos ni tapujos, como entrelazados eran capaces de contonearse al
ritmo de las olas.
Absorta recordé esa
lejana y olvidada época, que ya a mis 75 años parecía enterrada. Y entre mis
pensamientos y fantasías de aquellas décadas, sólo el llamado de mi nieto
Samuel, pudo rescatarme de ese sueño maravilloso llamado juventud.
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