Ya no volverás a abusar de ella nunca más. Su llanto
agónico no me turbará de nuevo por las noches. Ni la culpa atroz me martillará
pertinazmente por permanecer pasivo. No me salvaré del castigo divino. De todos
modos, ya vivía en pecado con ella. Eso no lo sabías. Cómo podías saberlo tú,
que pasaste los últimos diez años despilfarrando la fortuna de mi abuelo, de
Lebu, en putas y trago. Mi abuelo que vino de bien al sur con un inmenso baúl y
muchos sueños. Hizo fortuna con base en una inimitable habilidad para los
negocios y una gran oratoria. Era cultísimo. Recitaba de memoria poemas de
Gonzalo Rojas, su paisano. Mis recuerdos de niño del abuelo reverdecen en esta
hora aciaga. Todo por amor, nada por la fuerza. Lo dijiste tú mismo una vez. Yo
no te odio, papá, aunque haya tenido que descerrajarte dos tiros mientras
dormías tu profunda embriaguez.
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