Siberiana
Me indicaron nítidamente el lugar, lo
señalaron con el dedo índice, en forma inequívoca.
Intenté dirigirme hacia el lado contrario
pero me detuvieron y me anotaron el sitio con letra clara y precisa sobre una
hoja de blanco papel; con la instrucción hice un bollo compacto y lo boté.
Me lo explicaron en la cara, con gestos y
ademanes, sin rodeos; y yo simulé no entender.
Soportaron mis miradas esquivas y mis
fingidas distracciones.
Comprendieron mi angustia.
Fueron pacientes y por momentos
enérgicos. Pero debo admitir que siempre fueron contemplativos, hasta el último
momento cuando me acompañaron al sitio indicado, tomándome suavemente del brazo
y ayudándome a descender a una tumba, con mi nombre tallado con bellas letras
góticas en la lápida de mármol veteado, del cementerio de Lebu.
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