miércoles, 13 de noviembre de 2013

125 LAS JOYAS DE LA CIUDAD

Tlonuqbar

Mientras contempla en silencio el enigmático baúl, el anciano deja la llave en sus manos.
De los labios del octogenario –que acaba de confesarle que es su abuelo– brota todavía un débil susurro:
–Alejandro, hijo mío, no te vayas. Hay algo más que debo decirte.
–Dentro del baúl –lo señala como si de ello dependieran las palabras que siguen– encontrarás las joyas de la ciudad de Lebu.
Tras el silencio dejado por estas últimas palabras, un intenso escozor recorre vorazmente la mano donde tiene aprisionada la llave. A pesar del ardor decide no abrirla: ¡Sí!, teme que se la arrebaten.

Avergonzado por su cobardía, abre los ojos. En la habitación, las sombras del atardecer lo han devorado todo. A su costado, en el viejo camastro, el anciano descansa apaciblemente, ajeno ya a los dilemas terrenales.

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