Rodolfo Catalán
La borrasca del
atardecer barría el suelo de la Plaza de Lebu y a él ya no le importaba
alimentar a las palomas. Sentía unas ganas enormes de irse de una buena vez con
el viento y sonar más fuerte que la Piedra del Bramido del Toro.
Su deseo fue escuchado,
porque ya no lo hemos visto sentado en la pileta junto al Niño Pez. Sólo lo
sentimos cuando nos vuela las migajas que sacamos del pan duro que nos queda.
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