Escritor 1
Un amigo mío tenía la manía de hablar sin poder parar de
hacerlo. Me hacía recordar a otra persona que tenía el antojo de comentar sus
ocurrencias hasta llevar al máximo de violencia a sus amigos.
En una excursión junto a un río, mientras escalaban una
montaña, el más moderado del grupo le tiró su martillo desde lo alto y dio
justo en el centro de su cabezota. El hombre cayó seco. Pero hablaba tanto que
esa voz del demonio continuó escuchándose en el eco de toda Lebu. Ni los ruidos
de las piedras cayendo al precipicio pudieron hacer que esa voz se llamara al
silencio.
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