Camomila
Mis
padres poseían una tienda de ultramarinos en un antiguo barrio de Lebu. Desde
la trastienda observaba todos los acontecimientos vitales, desde la deuda
ascendente de Doña Manolita a la que mi madre fiaba porque le daba mucha pena
que pasara hambre y que andaba arreglando los papeles para cobrar la pensión de
viudedad, pasando por la pasión “secreta” de Doña Leonor por el vino tinto cuyo
aliento era capaz de matar incluso gigantes, hasta el vicio que tenía el Sr
Marcelino con el jamón ibérico del que compraba 50 gr cada tarde. Mientras
Carlos, mi hermano y yo, hacíamos los deberes a la salida del cole bajo la
atenta mirada de Pluto, nuestro perro.
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