Howard Hawks
Atardecía
en la playa de Lebu y decidió pasear. Apenas había avanzado unos metros cuando
tropezó con un objeto: era uno de esos soldaditos de plomo con los que solía
jugar de niño. Se sonrió, siguió caminando y enseguida reconoció en la arena
una peonza también muy similar a la de su infancia. A medida que avanzaba en su
paseo, inexplicablemente iba encontrando más y más pertenencias olvidadas que
el mar le devolvía en cada golpe de ola:
su pitillera, un llavero, unos prismáticos… no daba crédito a lo que veían sus
ojos. De pronto un escalofrío le recorrió la espalda: ¿y si el mar le devolvía
también aquello de lo que tantas veces se arrepintió, aquello que no le dejaba
dormir por las noches?
Cuando
escuchó las sirenas y el revuelo de la gente al otro lado de la playa, supo que
al fin lo habían encontrado.
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