Ángelo Garmendia
No
está la señora Rosa del almacén, solo una cajera de mirada despreciativa tras
una registradora; no están los hijos de don Luis saludándome en las mañanas al
salir de la casa, solo paredes blancas cerradas en todo el pasillo del departamento;
no están los enormes caminos rurales con frescas brisas y sombras de frondosos
árboles, solo frías calles atestadas de transeúntes que te obligan a avanzar
sin detenerte; no se ve el bello cielo azul despejado con bellas nubes blancas
que llaman a la imaginación, solo un grisáceo techo sobre nuestras cabezas en
donde el sol no puede penetrar entre los enormes edificios; es la forma que
tiene la vida de decirme que Lebu quedó atrás y que estoy en la gran capital.
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