Ketchito
El
de las malas palabras es un asunto de calorías. Cuando uno come bien o
medianamente bien, incluso cuestionablemente bien, se es capaz de Rigoletto, de
Jacques Brel, de una declaración o en casos penosos, aclaración de amor, una
proteína lo suficientemente viva puede durar un discurso entero de Foucault, en
cambio aquel polvo lleno de masticación previa y etiqueta de ayuda
internacional, enviado a buena parte del África para llenar de palabras fugaces
a niños también fugaces, dura apenas para darse cuenta que el dolor, que la
sed, entonces los anticuerpos de la mente, merde, baise, putain;
nadie ve a esos niños tan de pie como cuando algo se va de ellos, haciéndoles
sentir el cuerpo como un lugar visitado. Lebu, ayer llovió mucho, pareciera que
a la lluvia solo le interesa competir con las multinacionales, por eso llueve
aquí y no en los desiertos donde nadie la ve hablar.
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