Sofía Tissot
Ese verano después del colegio, poco después de año nuevo, quizás
motivado por su futuro como periodista, Enrique dispuso del cadáver de Catalina
con eficiencia. En la Caverna Benavides lo trozó en veintiún partes de semejante
tamaño, los envolvió con piedras en tela para sacos y pasó el mes de enero
repartiendo los restos entre el río y el mar. Le fue sencillo compatibilizar
estas actividades con la búsqueda de una pensión universitaria. Pasó los
próximos cinco años atento a la crónica policial, se especializó con
naturalidad llegando a escribir su tesis al respecto. Cuando aún estudiaba,
conformó la planta fija de crónica roja en un periódico de circulación
nacional. En sus tiempos libres redactó su investigación: “Retrato del
Carnicero de Lebú”, a la espera de la aparición de los restos. Hoy lamenta el
homicidio, fue demasiado eficiente desapareciendo el cuerpo. Así quedó su fama
anclada en el fondo del mar.
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