Sin Rostro
Era una tarde fresca de invierno, caminé
decidido sobre las hojas marchitas del parque. Ella estaba sentada en nuestra
banca, con la mirada perdida, como siempre, viajando en su universo
desconocido.
-Llegas temprano- le dije.
-Al tiempo le gusta jugar conmigo- me
respondió alegre.
La
sentí tan cerca que con tan solo estirar
el brazo podía ser mía, pero aún había un vacio entre nosotros. El miedo de caer detuvo mi intención. Me conforme con sentarme a su lado, el
silencio nos cobijó por unos minutos.
-Me regreso a Lebu- dijo súbitamente.
-¿Por qué?
Pensé que eras feliz aquí… conmigo- contesté alterado.
-Aquí todo se congela, necesito calor. El
mar me llama, me extraña- dijo sonriendo y se fue nadando olas imaginarias.
La distancia mental se volvió real. Regresó
a su mundo de sirena. Yo sigo
ahogándome en ella.
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