Dr. Irusta
Vicente
había llegado a su ancianidad en una tierra extranjera y con un oficio
impostado. Sólo en Chile sobrevivía la imagen del joven pescador. No tardó en
llegar la carta de su jubilación. Leyó la cruda letra foránea y se entregó a la
realidad de su agonía. Liquidó su capital en la compra de un velero y fugó a la
mar por su destino. El pescador que realizó la transacción sólo le oyó una
coordenada: Lebu.
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