Iztaccíhuatl
La gente caminaba a toda
prisa, no se distinguía un rostro en especial porque se formaba una gran
multitud, entre empujones iba y marchaba uno tras otro en una columna sin
final. Por las calles se podía observar el ir y venir de los coches formando un tráfico inimaginable,
entre ellos se hacía notar el rugir de los autobuses que transportaban el
destino de las personas.
Manuel, que nunca había
presenciado eso, caminaba lentamente con los ojos bien abiertos, porque había
llegado a Lebu el futuro de su vida, y su mente volaba pensando en el Tesoro de Benavides mientras en su rostro
sentía la caricia de la suave brisa que nos regala el inmenso mar.
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