Antonio Paz
Bermúdez gozaba con eso. Era el regalón del
jefe. El sapo. Andaba atento a los atrasos, a los comentarios arriesgados, al
rebelde de la oficina. Era serio en su papel, un buen perro de asalto para el
jefe de sección. Eso fue hasta que la contracción económica hizo lo suyo:
ajuste de costos. Salió con otros más en
un finiquito de oprobio entre las risas de sus víctimas anteriores y la
indiferencia del funcionario de la Inspección Provincial del Trabajo de Lebu
que ni siquiera leyó su nombre en la nómina flaca del recorte presupuestario
que hizo el gerente nuevo: el hijo del dueño, quien el mes anterior se había
titulado finalmente de Ingeniero Comercial gracias al staff de abogados
complacientes que le puso su papito.
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