Salvador Peña
Cerraba
la ventana de la avioneta, mientras yo corría por la pista. Jadeando le grité
por la ventana:
– ¡A dónde vas!
– ¡A Isla
Mocha! – respondió un tanto nerviosa.
El avión partió y me quedé hablando
solo – pero a quien le pediste permiso,
y es que ni un beso me diste – repetía una y otra vez.
Ensimismado
partí a Lebu caminando. Me fui por la calle Camarón memorizando todos los
lugares con flores, para cortarlas y entregárselas cuando volviera. No he
contado los días, pero me he secado en el Cerro, sentado al lado de la cruz
blanca, esperando su retorno. Van y vienen los sonidos de la ciudad. ¿Y tú
cuando?, es que ni un beso me diste, y yo aún te espero.
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