viernes, 1 de noviembre de 2013

58 TIERRA

Abal Temetlaba

Le dije que ahora era mía y que podía contarlo a quien quisiera y esperé a que su rostro se llenara de orgullo, de gratitud. Le acaricié las negras trenzas de negro pelo y le pedí que mirará a su alrededor, esperando, todavía esperando le pedí que mirara bien y que supiera que ahora todo aquello detrás del cerco era suyo y mío, nuestro, sólo nuestro, y le señale el río y al fondo entre las montañas la vertiente que nacía de las rocas, fluyendo así desde que el tiempo tenía otro nombre, o ninguno. Y estaba seguro que la expresión llegaría, la expresión que me traería paz y seguridad y clausuraría el deseo. Pero ella ya no me miraba, miraba el cielo y el río y las montañas y el verde follaje del valle. “Lebu”, murmuró para sí. Me miró como una diosa. “El río no es de nadie”.

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