Consuelo Paz
Sus ojos estaban
hinchados de tantas lágrimas derramadas, mientras la brisa marina le secaba el
rostro, ella seguía lamentándose por su ausencia. Sentía el alma destrozada,
vacía, libre de fuerzas…
La desesperación la hizo
presa del dolor, y corrió por la playa de Lebu, hasta que sin darse cuenta
llegó horas más tarde a la caverna de Benavides, ese lugar lleno de historias
de Vicente, de grutas que escondían sus
tesoros, de festivales de cine en este tiempo presente.
Fue tanto el llanto, que el aliento le faltó
en los pulmones, quedó en el piso acurrucada hasta que se durmió de la
tristeza.
Apareció luego de un
tiempo en la Isla, ya no lloraba, solo sonreía, solo escuchaba su risa y de
pronto la voz de su amado que venía dulcemente a abrazarla. Giró para verle, y
estaba sonriendo para ella, sellando con un beso el despertar de una pesadilla.
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