Como cada mañana, ella toma su maleta de cartón y su paraguas. Camina con paso firme y cruza el puente sobre el río Lebu. Responde con fineza los saludos y las sonrisas de sus paisanos. No quiere demorar su marcha, cuenta con el tiempo justo para tomar el tren. Pero ella nunca encuentra la estación...
domingo, 28 de febrero de 2016
141 PERSONAS
141. “Personas” por Eduardo Ramírez
Camino lentamente con
los demás. Mientras más adelante, la carroza fúnebre avanza flemática,
guiándonos. En Lebu, como en cualquier otra ciudad, sus habitantes son una masa
abigarrada que transita en las calles, con cualidades y defectos varios. Sin
embargo, siempre existe en sus entrañas una persona que las posee todas, malas
como buenas, envidiadas como despreciadas; todas en una persona.
El señor Carlos, era el
de la ciudad. Después de haberme trasladado de Santiago a Lebu, hace tres
meses, su persona no dejaba de ser objeto de historias y chismes. Intrigado por
las habladurías de la gente, fui a su casa. Sólo bastó un mes para agradarme.
Un hombre ecléctico de
cabello cano y barbas largas. Sus conversaciones siempre apasionadas. Lo
acuchillaron un viernes en su casa, al parecer, a algunos el odio les pudo más.
Mientras lo recuerdo,
veo como la boca terrosa devora sus restos mortales, mientras ellos sollozan.
140 EN EL OLVIDO
140. “En el olvido”
por Eduardo Ramírez
Piedad me miró con ojos
esmeralda.
-¡Idiota! –me espetó en
cara.
No hice caso. Me subí a la camioneta con el molesto loro en mi brazo;
mis padres, entretanto, se despedían de tía Luisa. Erika a lo lejos, hacía lo propio
en silencio. Minutos después, ambos estaban en el vehículo, padre encendiéndolo
me vio por el espejo retrovisor, su rostro reflejaba tristeza y desilusión, el
de madre no era distinto.
Desvié la mirada. Me quedé estático, observando un paisaje difuminado
por la velocidad, difuminado como Erika. Una extraña vestida de amiga, un
desengaño aparentando consuelo. Como todos allí, como todo en Lebu.
Bajé la ventanilla muy lentamente, dejándome golpear por un viento recio
y frío; mientras la sostenía en el otro brazo. Cuando hubo quedado abajo, la
lancé.
Lancé a esa ingrata junto con su pajarraco, lancé esos recuerdos difusos
de amor y alegría, lancé esa congoja a donde pertenecía, a Lebu.
139 AMOR, NO PAGUEMOS
139. “Amor,
no paguemos” por Eduardo Ramírez
Ambos dirigieron su
atención al otro. Él con una mirada divertida, traviesa; ella con una alegre,
dubitativa.
Atenazaron sus manos,
como quienes piensan, será la última vez que estarán con el otro y temen perderlo
en su riesgosa empresa. Cuando ven acercarse despaciosamente el autobús,
respiran hondo, tomando bocanadas grandes de oxígeno con olor a cigarrillo.
Los corazones palpitan
desaforados, como en la feria del Lebu añorado, sus labios se fundieron por vez
primera en un juego montado sin pagar. Ahora, es tarde para retroceder.
El autobús se detiene
por fin y abre las puertas, invitándolos a pasar. Ella se mueve, sacudiéndose
las dudas, haciendo que él reaccione. Cuando las puertas se cierran ambos están
ya en el interior. Las risas son proferidas poco después de haber partido.
Se abrazan,
reconfortándose, acompasando el tamborileo de su amor. Ese amor lebuense en el
que están obligadas las aventuras y un ardoroso amar.
138 MARIPOSAS EN LEBU
138.
“Mariposas en Lebu” por Felicigab
Anoche, doña Inés ha vuelto a quedarse dormida
con las pantuflas puestas y las ganas de ver a sus nietos en los puños del
alma.
El día de hoy la recibe temprano con la
incertidumbre como única certeza y ella se dice, naturalmente sin demasiada
convicción, que tal vez esta tarde lleguen a Lebu para cumplir con aquella
promesa añeja que no hace más que desdibujarse de a poquito.
Y con ese extraño apuro de quien recién se
despierta, arrastra los pies rumbo a la cocina.
Lleva los ojos semiabiertos intentando atravesar la oscuridad sin
llevarse por delante a su propio mal humor, ese que la soledad y la desilusión
le tejen, con sus garras, en los párpados.
Otra vez se ha olvidado de cerrar la ventana y
ahora las paredes grises están cubiertas de colores.
A diferencia de sus nietos, las mariposas
siempre recuerdan cómo volver a casa…
137 SILENCIO NEGRO
137. “Silencio
negro” por Kaweshkar
Día a día, se empinaba a paso lento sobre el negro asfalto
hacia el cerro Amalia de Lebu. Su silueta se erguía gracias a un viejo bastón,
mientras la densa brisa del mar lo acariciaba.
Su caminar era resguardado por dos perros de lealtad
única, siempre solo, no era necesario más que sus perros. El no
quería hablar, dejó de hacerlo desde aquel accidente en
la mina Consolidada.
Aquella noche, mientras los
acantilados conspiraron con el invierno, tres carros
caen al vacío. Uno de ellos arrastró a su hermano menor al
mar, a quien debía cuidar. Desde ese día nada se supo, nada se encontró.
Una noche negra y silenciosa confunde su paso, sus fieles
perros perdidos se divisan en la lejanía, escucha voces de infancia… un abrazo
del viento… y por fin paz. Su culpa con su cuerpo se desvaneció entre la
escoria de carbón.
136 PRISIONERO DEL RECUERDO
136. “Prisionero del recuerdo” por Taylor
“Se acercaron, y
entonces, aceptando de una buena vez sus más ocultos sentimientos, rozaron sus
labios, allí, en Lebu…”
Despertó, sobresaltado. Miró hacia los
costados, buscándola desesperado, como si una parte de su propio cuerpo le
faltase. Nada. <<Ya no está>>, retumbó en su mente. Entró al lavabo
y se lavó la cara. Hacía ya cosa de un año desde que la vio por última vez; era
momento de ir a verle. Se vistió con lo mejor que llevaba, pasó a comprar unas
flores de camino, y no dejó de pensar en su sonrisa. Entró súbitamente, aunque
con aire sereno. Avanzó con calma por aquel oscuro espacio, y luego de unas
vueltas, la divisó. Con calma y algo de ansiedad, avanzó hacia ella y se
recostó a su lado, y entonces sintió el nostálgico frío que la lúgubre losa le
ofrecía. <<He vuelto, amor>>, dijo, mientras una lágrima recorría
su mejilla…”
135 AMOR BAJO LA LLUVIA
135. “Amor
bajo lluvia” por Taylor
La lluvia cubría como adornos aquel cielo veraniego. Mas,
las gotas que no me había detenido en Valdivia, no lo harían ahora en Lebu. Corrí
a todo lo que daba mi cuerpo, mientras el agua en algo reconfortaba mi herido
cuerpo. Entonces, a la distancia, la divisé. La estación de ferrocarriles,
donde en menos de diez minutos partiría una colosal tren rumbo a Los Sauces,
alejándola, sin saberlo ella, para siempre de mi vida.
Entré
agotado, mirando entre todos los trenes, tratando de identificarla. La vi, y no
pudo evitar soltar algunas lágrimas. Jadeante, llegué hacia ella. Abrí la boca,
pero entonces un suave dedo de apoyó sobre mi labio, mientas me acariciaba con
su otra mano. Cerré los ojos y sentí cómo se alejaba. Pitó el tren, y sentí una
angustia enorme, pues no la vería más. Abrí los ojos, y entonces vi su sonrisa,
húmeda como el cielo. “Aquí
estoy”, dijo.
134 "69"
134. “69” por Taylor
Sentía
el peso de la culpa sobre mi espalda, como si me apuñalara con cada paso que
daba sobre los adoquines de Lebu. El terror ya había comenzado a expandirse
sobre aquellas zonas, y era necesario dejar en claro nuestras verdaderas
intenciones. “Morirán”, dijo una voz de culpa en mi mente, “los inocentes
morirán… tú los matarás”. Cerré los ojos, mientras una lágrima recorría mi
mejilla, a la vez que comenzaba a dudar de la convicción que me había traído
aquí. “No temas, hijo. Sirves a razones aún más grandes que la vida o la muerte”,
retumbaron las palabras de mi maestro en mis oídos. Era cierto, aquellos serían
apenas un sacrificio en la búsqueda de un mejor futuro para el mundo.
133 BRAVA II
A las
cuatro de la mañana partimos al “paseíto” como él Tío nombraba al viaje que yo
por primera vez haría en su reluciente lancha albacorera “Brava II”; decía que “Brava
I” era la tía, aunque a ella no le hacía mucha gracia tal afirmación.
El cielo de Lebu estaba oscuro y había mucho
viento, no era buen augurio, pero mi tío decía que eso era normal. Embarcados
ya, la lancha se empinaba sobre las
olas, luego bajaba vertiginosamente, aterrado observaba grandes monstruos de negras aguas que se me venían encima… las
instrucciones del Tío no se escuchaban por el rugido del oleaje, de pronto una
ola gigantesca abraza la lancha, resbalé
cayendo al mar, luchaba por mantenerme a flote mientras la lancha se alejaba…
Sentí
que me zamarreaban…
-Despierta hombre, despierta.
-¿Qué?
¿Ah?
-Comenzaremos
la faena de pesca.
-Comprendí
entonces que estaba soñando acurrucado en un rincón de la cabina.
132 AÑORANZA MUDA
132. “Añoranza muda” por Rocío Miela
-¿Le puedo ayudar en
algo?
La excesivamente
abrigada señora de edad frente a él respondió algo inaudible.
-¿Disculpe? –se
justificó el bibliotecario, a lo que ella replica con el mismo tono bajo de voz. Debe estar
resfriada, pensó, recordando las heladas de esa semana.
-¿Desea leer un libro?
Ella asintió y, tras una
vacilación, con su mano enguantada apuntó a la palabra ‘ciudad’ de un libro en
un estante y luego a sí misma.
-¿De su ciudad natal,
quizás?
La señora afirmó
sonriendo.
-Mh, le buscaré un map…-
un gesto de ella lo interrumpe y, en
cambio, le señaló animosa
que recapitulara. Confundido, le obedeció:
-Le… busca…
Con un pequeño salto
volvió a detenerlo y moduló marcadamente: ‘Le…’
El bibliotecario, con
una carcajada, captó:
-¡Lebu!
Ella sonrió asintiendo
con un semblante de nostalgia.
Él le ayudó hasta verla
desaparecer por la puerta con su libro arrendado.
131 ¿LEBU?
131. “¿Lebu?” por Suyai Likankura
Es Lebu
una ciudad marina: llena de nostalgia, llena de recuerdos, soplada por feroces
vientos y abrazada por la noche calma; custodiada por bramidos de animal
lidiado en plaza de toros y teñida por las vetas de una piedra que, de capa
negra, inundó de galas a un pasado fulgurante, y también de luto a las familias
que no vieron volver al hombre que, por la mañana, habían abrazado y despedido
en el dintel. Vestida de folclor pesquero, sabe de generaciones echadas a la mar.
Entre pirquineros y pescadores ha escrito su historia; llorando derrumbes,
sufriendo naufragios, mas los dolores estoica llevando.
Partida
en dos mitades por exorreica lengua, con sus dos mejillas azotadas por aire
salado, sueña el cielo hacia el horizonte, allí donde se junta entre soles con
el mar. Al son de brisas arremolinadas, con ojos de añoranza, con ojos de
esperanza, sigue resistiendo el paso incansable del tiempo voraz.
130 REINETA
Se cuenta que hace una buena cantidad de años,
en caleta Ránquil, comuna de Lebu, un viejo pescador solterón apareció en su
bote con una reineta de color púrpura que medía casi dos metros. Relató a los
curiosos que originalmente era una sirena con la que tuvo un romance en alta
mar, pero que ésta le había dicho que prefería transformar todo su cuerpo en
pescado, para así poder alimentarlo, antes que darle un amor imposible. Los
lugareños estallaron en risas, sin salir del asombro ante tamaña especie
desconocida.
La vendió en bastante dinero. Muchos
afirman que cuando vio cómo la faenaban, una expresión de nostalgia invadió su
rostro, y unas tímidas lágrimas hicieron acto de presencia.
129 HALLAZGO
Un grupo de mujeres de la tercera edad,
integrantes de una junta de vecinos de Lebu, devastadas por el fatídico
terremoto del veintisiete de febrero del dos mil diez, caminaban por los
escombros de lo que alguna vez fueron sus hogares. Doña Etelvina divisó algo de
color fucsia que brillaba debajo de un velador en la casa de Doña Marta. Al
recogerlo notó que se trataba de un juguete sexual a pilas. Cuando miró a sus
amigas, éstas estaban petrificadas, con los ojos abiertos de lleno observando
aquel objeto; Doña Marta pudo notar como sus mejillas se encendían producto del
bochorno. Doña Etelvina, con delicadeza, dejó el juguete donde estaba, se paró
y siguió caminando junto a las demás veteranas, que al igual que ella, no
volvieron a pronunciar palabra hasta pasado un buen rato.
128 CARBÓN
Carrasco era un minero del carbón en Lebu. Su
labor era ardua, de sol a sol; cada día llegaba demacrado a su casa, donde
apenas veía a su mujer e hijos. Trabajó
casi un año entero antes de que le dieran vacaciones; en ese instante decidió
hacer un asado junto a los suyos para celebrar.
Justo al ocultarse
el sol, y como una traicionera paradoja, aconteció un apagón. Carrasco procuró
que sus fornidos brazos resguardaran a su familia, ya que ni los rayos de luna
permitían ver suficiente; lo único que se podía apreciar era el carbón humeante
en la parrilla, que se enrojecía cada vez más, salpicando chispas; como un
pequeño espectáculo de fuegos artificiales que le recordaba que el trabajo duro
lo estaba esperando de vuelta.
Carrasco se acercó
a la parrilla. La botó de una patada. La luz volvió.
127 ELLA ES ASÍ
127. “Ella es así” por Alas de mariposa
Ella no tiene habilidad alguna para
recogerse el pelo. Para lo que sí que la tiene es para llegar a fin de mes. Las
mañanas se las pasa vendiendo pañuelos muy
cerca de una de las librerías más conocidas de Lebu, donde tiene un
puesto fijo en el semáforo de enfrente. Por las tardes les da su paseo diario a
Athos, Aramis y D’Artagnan, tres perros afganos. Ya de vuelta a casa rebusca en
un contenedor cercano y nos prepara la cena a los gemelos y a mí. Por la noche
se queda dormida en cuanto se sienta en el sofá. Mientras, la abrazo y le digo
lo mucho que la quiero.
126 AMIGO IMAGINARIO
126. “Amigo imaginario” por
Cristhofer Leiva
Cuando era pequeño despertaba temprano y
ansiaba jugar en el estar o el comedor de la casa. Hubiese preferido salir a la
calles de Lebu pero no me dejaban, así que, por un tiempo estuve bastante solo.
Hasta
que una mañana encontré a un niño debajo de la mesa, nos hicimos amigos en
secreto y reíamos sin parar. Pero la diversión duraba poco, porque apenas
sentía levantarse a mamá él se iba sin que yo pudiera detenerlo. Así que un día
decidí contárselo a mamá, ella no se sorprendió; nos escuchaba riendo todas las
mañanas desde su pieza.
Un día
mamá se levanto muy enojada por nuestro alboroto y nos prohibió volver a jugar
por la mañana. Al día siguiente salí a jugar de nuevo pero esta vez no estaba. Regrese
a la cama y recuerdo que antes de volverme a dormir pensé por primera vez que
los niños también pueden morir.
125 VOLVIENDO A CASA
125.- “Volviendo a casa” por
Cristhofer Leiva
Sentí
caer las hojas de un árbol afuera, recordé este antiguo jardín, lleno de
imágenes que se desparramaban en cada adoquín que pisaba. Me sentía como un
extraño conociendo su nueva casa. Podía mirarme diez años mas joven de lo que
soy ahora, en cada rincón aparecía una fotografía para la que nunca posamos. Había
vuelto para sentirme entre los míos, pero sin querer llegaba como un forastero
a mi Lebu. Al lado de la puerta estaba mamá, colgando de un marco con una
sonrisa que llenaba su bello rostro de arrugas que no alcance a conocerle. Había
muerto y no podía dejarme de sentirme culpable, yo la había matado, la había
dejado morir cuando me había ido. Ella no lo dijo, pero yo siempre supe que una
mujer como ella no podía vivir sola. Ahora vuelvo como un asesino el lugar del
crimen.
124 EL CAVERNARIO DE LEUFU
124. “El cavernario de Leufu” por
Keriano.
“Lebu, pero para nosotros,
siempre será Leufu”
En su historia, han pasado
desde leyendas, hasta destacadas figuras nacionales e internacionales. Pero un
personaje consagro estas tierras para buscar refugio. Pero, no sin antes dejar
algo para los aventureros que acecharán sus hazañas.
En aquella caverna se observan
algunas reproducciones de películas. Pero aun esta el botín del renegado, el
cual no pudo llevárselo completo. Pero dejó una historia que daría nombre y
carácter al lugar.
Me adentre aquella tarde de
abril, y pasé varias horas dentro de la caverna. Pero no encontré nada. Me
recosté en una pared, y mirando así arriba, veo un escrito que dice:
-¡Miras al cielo!, no verás
nada… Pero si apuntas a tus pies, estaré yo.- Vi unas letras esculpida en el
suelo rocoso, que dice: -¡viva Chile!- según leí, no tan sólo era un bandido,
también era un patriota. Desertor de los hermanos Carrera. Vicente Benavides.
123 BRETANIA
123. “Bretania” por
Anselmo
La señorita Bretania,
asistente de la Biblioteca de Lebu, esconde sentimientos y sueños entre los
libros.
En los de tapa café
permanecen sus lágrimas que cree olvidadas, en los azules guarda sonrisas
esquivas, en un libro especial permanecen los sentimientos encontrados, por
elección en los de tapa roja encierra la rabia contenida y en ese libro negro
protegido por arañas ahoga las envidias y brujerías.
Pero las tardes de paseo
con su amor los guarda en los archivos prohibidos para el público en general.
122 NIEBLA LEJANA
122. “Niebla lejana”
por Renato
El agua escurre por las
paredes, agua oscura que cubría sus pies, agua inagotable como lluvia del sur. Un
mal presagio, muerte anunciada entre sueño y pesadilla.
Cuando despertó pensó en
su hermano enfermo, llamó a su madre y supo que había fallecido en el hospital
de Lebu.
Sintió la soledad del
olvidado, del que quiere morir entre el sopor de la niebla lejana.
121 ENTRE LA VIDA y LA MUERTE
121. “Entre la vida y la muerte” por Julio Esteban
Cuando llegó al
FUERTE DE SANTA MARGARITA DE AUSTRIA, a orillas del rio LEBU, pensó en un
destino incierto ante una selva inhóspita, la soledad entre poco mas de 50
compañeros, lo llevaba a recordar los paseos
junto a su amada por CASTILLA, sin embargo el graznido de aves desconocidas lo
ponía en alerta, presagios oscuros, lluvias eternas, y un frio oculto entre sus huesos lo mantenía casi siempre enfermo, un sudor frio de miedos acumulados día tras
días le comía el corazón.
Cuando escuchó
el chivateo y gritos de sus amigos de armas, finalmente comprendió que
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE ESTABA ÉL.
120 EL BAILE
120. “El baile”
por Ernesto
Ahora que dejamos atrás nuestro viaje te
contaría como pude abrazarte, tenerte conmigo y sin embargo no lo hice.
Me humillé, dejé que Carabonita, se
hiciera el guapo del grupo y bailara en el río contigo a las afueras de Lebu, sin
darle importancia a tu gracia, para él era una conquista más, ¡que tonto fui!,
desperdicié mi oportunidad y me envolvió el tiempo en la locura de la noche, yo
no supe retenerte en mis brazos, caí en la más honda depresión. Fue cuando
los milicos entraron y me redujeron, allí se quedo mi Carabonita, tirado en el
suelo con la cuchilla de Albacete que le clavé en el estómago, ya nunca más me
alejaría de ti, aunque tuviese que estar cien años en la cárcel, te buscaría
por toda la tierra a mi salida, no dejaría que nadie más me quitase tu sonrisa,
tus besos y la vida junto a ti.
sábado, 27 de febrero de 2016
119 GNOMO DE PAPEL
119. “Gnomo de papel” por
Marcel Duchan
La primera vez que la vi, fue en
Lebu, ni siquiera por ser una ciudad egregia, mis pensamientos los fueron,
tampoco, mis déspotas actitudes frente a quienes quisieron reclamarme no era
manera de tratar a una dama; lo que
ellos no sabían, yo descubrí, es que este mamarracho disfrazado de mujer, con
ciertos coqueteos me permitió entrar en la biblioteca y para que les cuento, si
todo es verdad.
Mis manos, dos larvarios pasionales,
tocando aquel voluptuoso cuerpo, gozoso en saciedad; cuando me encontraba de lo
más perdido; me encontré, sí, las dos encontré y…no se rían, porque fue
vergonzoso encontrar las dos pestañas postizas con las cuales me sedujo; pero
me he vengado de la ignominia perpetrada y aún que preso en biblioteca,
mientras se aclara este bochornoso asunto, lloro mi desdicha de haber
perdido la chica de mis sueños, aun que
un gnomo del libro fuera.
118 DESEARÍA VOLVER A VERTE
118. “Desearía volver a verte” por Matías el poeta
En Lebu
la conocí, una
niña preciosa de
dulce mirada, desgraciadamente solo
la encontré una vez. Cuando la
mire por primera
vez fue como
haber visto un ángel,
ella con su
belleza irradiaba luz
y yo quede
un minuto sin
poder ni siquiera despegar
la mirada de
ella. Con solo
un saludo y
una mirada basto
para quedar enamorado de
aquella niña. Sin
saber su nombre
fue imposible buscarla pero
esa mirada la
reconocería entre todas
las personas. Cada
año vuelvo a ese
mismo lugar, en
la misma fecha
para ver si
la puedo mirar
una vez más
y poder decirle
lo que causo
en mí y
todo lo he
tenido que sufrir
por ella, soñando cada
noche con su
mirada y despertando
siempre solo con
lagrimas en mis ojos.
117 PAYASO DE PORCELANA
117. “Payaso
de porcelana” por Marcel Duchan
La
ventana en la Biblioteca de Lebu estuvo toda la mañana abierta, nunca había
permanecido así, los amigos no lo habrían permitido; pero hoy se batían las
cortinas, parecían los barriletes de tío Eusebio en carnaval, daban sensación
de lenguas de llamaradas con chasquidos ardientes y, aunque sucediera esto en la biblioteca todo el vecindario lo sabía y lo más curioso
es que yo sabía que ellos de mí se
estaban riendo.
¡Ayayay
carajo, se puso el hombre pitoniso con las ventiscas, cierra las ventanas mija,
para que se desentronice.
Pues
ríete, búrlate, compadécete del rol que
represento, fui escogido para dirigir tus pensamientos, me encuentro ahora
desecho, la brisa que violo el cerco bibliotecario, ella rauda y veloz se introdujo sin medir revuelo, me ha tumbado
de mi sitial de honor de mi pedestal, me ha atajado el piso duro y frio a la
vez que gritaba; ríete, ríete.
116 LA VISITA
116. “La visita” por Marina Ovalle
Mi reflejo en sepia se entremezcla con la vista que tengo
camino a Lebu. El auxiliar me examina las piernas descubiertas, no me incomoda.
Noto que su perfume es el mismo que usabas tú. Que agradable es cerrar los ojos
y tenerte un poquito más cerca, aunque al abrirlos te me pierdas. Tan perdida,
pobre ilusa. Persiguiendo un recuerdo ajeno: voy a visitar las cuevas que me
nombraste el día que nos conocimos. Me
gasté mis pocos pesos para venir y pisar del suelo en que aprendiste a caminar.
Quiero respirar ese aire a infancia. Entre los ecos de mi voz ajada buscaré tus
propias palabras. Que me querías, que juntos visitaríamos este pedacito de sur
que fue tu casa… Vamos llegando me dice el perfumado. Absorta en mi propio
reflejo, me veo tan perdida a pesar de saber que ya estoy exactamente sobre
Lebu.
115 INCONMENSURABLE
Una
ráfaga de viento, recorre la ciudad. Inquieta, bulliciosa, con ruido que cala
los huesos, que asusta con el estruendo que provoca. Se dirigió a los cerros,
donde fue atrapada por gigantescos seres de tres brazos, que giraban sin parar
cada vez que aquella ventolera aparecía. Lebu, conocido como la ciudad del
viento, donde este torbellino se quedó, para que las oscuras noches puedan
brillar con su energía.
viernes, 26 de febrero de 2016
114 EL TIEMPO
114. “El
tiempo” por Cardenia
El
tiempo en Lebu anda ya muy cansado. Le suena toda la humanidad. Entre tanta
ciudad y escaso campo, ya está francamente harto.
Ya
lo tiene decidido: se va a poner en huelga indefinida a partir de hoy a las
cero horas. Y asegura que nadie lo sentirá desaparecer de tan ocupados que
están en su rutina.
113 CONEXIONES
113. “Conexiones”
por Cardenia
Dicen
que el agua viaja mejor en estas tuberías. Por eso las trajimos aquí a Lebu, en
el corazón de Arauco. Fue como un juego de niños. Y fue mejor así porque los
juegos de grandes no son divertidos. Duelen hasta el alma. Por culpa de ellos
entiendes que lo que viaja mejor en estas ropas es la pobreza, que lo que viaja
mejor en nuestros cuerpos es la desesperación. Son cosas de grandes que no
deberíamos vivir los niños.
Pero
no todo es malo: gracias a eso ahora sabemos que también viajan hasta acá las
personas que ayudan, y que las mejores ropas son las sonrisas, los abrazos y la
vida misma. Son cosas que entiendes hasta que el dolor te llega al alma. No son
cosas divertidas como los juegos de niños. Como cuando trajimos las tuberías al
corazón de Arauco: Lebu, porque en ellas el agua viaja mejor.
112 AÑOS y SUEÑOS
112. “Años y sueños” por Cardenia
Ella
carga la experiencia mapuche a cuestas. Lleva toda una tradición sobre la
espalda: miles de conocimientos, ideas, consejos, recuerdos, sobre ella, sobre
estas tierras, sobre este rincón del universo llamado Leufu, luego Leuvu, Lebo,
Lebú, Lebu, tantos nombres como vidas, suficientes como para llenar una
enciclopedia entera.
Pero
también a veces y sin aviso alguno, va detrás de ella todo un mundo de magia y
seres extraños, quimeras, sueños. Leufu: Lebu. Y ella, las más de las veces, ni
cuenta se da…
111 EL VERDADERO TESORO
111.
“El verdadero tesoro” por Khana1611
Ese atardecer sería uno de los más bellos aquel verano en
Lebu. Vicente con su tesoro a cuestas buscó un lugar propicio y lo escondió. Teresa
fue más astuta, pero Vicente nunca lo supo.
Han pasado casi 200 años y me encuentro aquí en la misma caverna mirando la película de su vida proyectada en
las rocas. A mi lado una hermosa mujer
me mira, me sonríe. La abrazo
fuertemente y la aprieto contra mí, mientras susurro a su oído…
“te amo tesoro”. No cabe duda que mi
historia de amor recién comienza a escribirse.
110 DESPERTAR
110. “Despertar” por Kazbeel
Una
noche de luna llena en la que el viento silbaba desde el mar hasta explotar en
los oídos de todos, en Lebu. Julián se despertaba en medio de la noche exaltado
y sudoroso, le dolía el corazón de pensar en su estado. Buscó súbitamente su
pantalón, echó rápidamente su mano en
los bolsillos, contó los centavos que le quedaban y entonces recordó: que en
aquellos momentos en que se desesperaba hasta el ahogo, debía de dejar de
contar centavos para aprender a contar estrellas. Simplemente despertó.
109 VOLVERÁS
109.
“Volverás” por Paulo Austero Domen
Los
rascacielos aparecieron entre las nubes. Sintió comodidad, placer. Una ciudad
estadounidense: rica, cosmopolita. ¿Qué le esperaba allí? Le esperó un trabajo,
un departamento con vista a Central Park, una Volvo XC90, mujeres de todas las
medidas, sabores y colores. Nueva York: la ciudad de las cosas. Al principio
esa emoción bastaba; los sentidos galopando al placer de las cosas y personas.
Confort.
Pero
después dejó de sentir. Las calles estaban mudas. Los edificios eran como naves
de otro planeta; ajenas a la tierra, a su tierra. Las mujeres, con sus lenguas
extrañas, le parecían hadas monstruosas. El idioma lo traicionaba a cada rato.
Incluso dejó de conducir por la ciudad y comenzó a tomar el metro, que era espantoso:
la humanidad en serie al matadero, silenciosa.
Tuvo
pánico. ¿Pero qué diría al volver? Diría la verdad; la tierra canta y su canto
es dulce y se siente. Lebu era una canción.
108 LEBU
108.
“Lebu” por Paulo Austero Domen
La
primera vez que escuchó la palabra Lebu, tuvo miedo. ¿Por qué no recordaba nada
de esos años? Su padre, un militar retirado, siempre le daba la misma
respuesta; es que tuviste buena infancia.
Y le enseñaba fotos, que empezaban desde el cumpleaños 3. ¿Y las demás?
Se perdieron, le contestaba su padre seriamente. Siempre las mismas las palabras.
Pero Lebu era una palabra distinta, como navaja filosísima que poco a poco comenzaba
a cortar capas de la memoria revelando cosas. Lebu. La presentadora, frente a
la cámara, cubría un crimen pasional en aquella ciudad. Se mencionaban las
palabras sangre, revólver, tiros, y cada una era como un mantra que destruía
puertas y revelaba lo que había detrás de la pantalla gris. Escuchó pasos en la
escalera y los reconoció de antes, de cuando no recordaba. Buscó el revólver y
apagó las luces. Esperó. Los pasos se acercaron más. Lebu. Ahora sintió rabia.
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