En plena calle
Agua Mucre, he discutido por nonagésima vez con mi vecino Francisco y me he
marchado corriendo después de arrearle un buen puñetazo. La ira rezuma por
todos los poros de mi cuerpo mientras intento tranquilizarme para no volver a
darle una paliza de campeonato. Pero la suerte ha sido esquiva y la fatalidad
ha venido a buscarme. Mi adversario tiene ganas de bronca así que no ha podido
quedarse quietecito y me ha perseguido hasta encontrarme. Me increpa como si
tuviera algún derecho. A continuación, me empuja. Estoy tan enfadado que le
arreo otro puñetazo lo más fuerte que puedo. Con tan mala pata que se da contra
el borde de la mesa, deslizándose inerte sobre el frío suelo. El destino se
burla de mí dejándome desamparado ante la justicia divina.
Cepheus
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