La pequeña jugaba libremente en el
estrepitoso mar de las playas de Lebu. La marea estaba agitada aquella vez, y
el agua celestial era peligrosa.
La niña se divertía con las olas, y
las olas se divertían con ella. Tanto era así que el mar quiso llevársela.
Cuando la madre de la criatura se
dio cuenta que el mar se encontraba egoísta y quería devorar a su hija, corrió
hacia ella tratando de alcanzarla mientras gritaba “¡vuelve!, ¡vuelve que el
mar quiere devorarte!, ¡vuelve que el agua está egoísta!, ¡vuelve, que el
océano es abismal y tú muy pequeña!, ¡vuelve, que si tú mueres, moriré por
dentro!, ¡Oh Dios mío, haz que vuelva mi niña!”.
Pero el agua no tiene oídos, y no
escuchaba sus súplicas. No tenía ojos y no miraba su desesperación. El agua
tampoco saboreaba la muerte ni conocía de ella. El agua no conoce las lágrimas.
La pequeña no vuelve…
K
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