Estaba
de viaje por la tierra del gran Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y me
llevaron al histórico río Lebu. Conseguí sumergir mis trémulas manos en él y al
sacarlas sentí la imperiosa necesidad de escribir. Ya no sentía el aire golpear
mi cara, ahora eran dedos de invisibles elfos los que acariciaban mi ajado
rostro; ya no veía la cordillera de Nahuelbuta, sino que, un conjunto de protuberancias
terrenales envolvían nuestra feliz estancia en un enclave digno de los mejores
versos de un lenguaraz bardo. Llegué a creer que las límpidas aguas de un
sinuoso Lebu me habrían regalado un talento que no tenía. Volví a leer el
maravilloso “veinte poemas de amor y una canción desesperada” edición de
bolsillo que siempre me acompaña y entendí que aun habiendo zambullido mis
dedos en este mágico río, me encontraba a años luz de escribir algo tan
maravilloso como lo que creó el gran Pablo Neruda.
Olah
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