La arena era blanca, pero el viento de los
mil demonios. Ella llevaba a nuestro hijo en brazos mientras intentaba domar su pelo que asemejaba a
cientos de cobras furiosas.
—¡Ayúdame Antonio!—Me gritó molesta ante
mi falta de cooperación y no supe si tomar al niño, buscarle algo con que coger
su pelo; o correr por una flauta.
Amanda Luna
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