Sentada en aquel bar de Lebu, el momento
se acercaba. Me tomé una segunda y hasta una tercera copa. No quería
arrepentirme en el último momento. Miré de reojo el dispositivo parpadeando
dentro del bolso y lo acaricié suavemente.
Estaba harta de mi marido, llevaba años
maltratándome y engañándome con otras, pero nunca había tenido el valor de denunciarlo.
Durante meses lo preparé todo minuciosamente, cada minuto, cada segundo, no
podía quedar ningún cabo suelto. Esa mañana había colocado en el yate los mini-detonadores que, accionados por
control remoto, provocarían un cortocircuito y posteriormente una explosión. Seguí
esperando pacientemente y cuando me llamó con la excusa de siempre, pulsé el
botón.
A lo lejos, se escuchó un estruendo y
comencé a divisar una nube de humo por las cristaleras. Salí del local y me puse
la chaqueta, estaba empezando a refrescar.
Cielo
azul
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