Llevaba
varias horas a la deriva, aferrado al único salvavidas del desaparecido bote. Junto
a tres amigos había salido a remar al romper el alba. Tiempo después, el bote había
comenzado a hacer agua. De nada valieron los desesperados esfuerzos para que no
se hundiera. Era el único que sabía nadar porque había crecido cerca de la
costa. Los otros eran del interior y apenas conocían el mar. La lejanía de la tierra
firme llegó acompañada de la soledad. Pensó muchas veces en la proximidad de la
muerte, pero le habían enseñado desde pequeño que siempre hay que luchar por una
esperanza. La misma se hizo realidad al caer la noche. Una corriente lo había
acercado a la costa. Logró divisar una luz que giraba. Era el faro de Lebu, que
esa noche no orientaba a las embarcaciones, sino a un solitario náufrago cuyos
gritos de ayuda habían despertado a todos en el hogar.
Ismaelillo
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