Era
una noche cálida de febrero y me disponía a ir al festival, pues había quedado
con un viejo amigo, Pablo, al que no veía desde el liceo. Fue imposible no reconocerle
porque estaba igual, excepto por una espesa barba. La elevada afluencia al
evento obligó a llegar temprano a la Caverna de Benavides. Nos acomodamos en un
rincón lejos de las miradas indiscretas para poder charlar un rato. Sin
embargo, algo llamó poderosamente mi atención. En la pantalla aparecía un
atractivo vampiro invocando a los de su especie. De pronto, Pablo me agarró con
fuerza por los cabellos. Sentí como sus dientes desgarraban mi piel y sufrí un
dolor insoportable mientras mi sangre dejaba de fluir y mi corazón, de latir.
Pensé que aquello era el final. Mas, ¡cuán equivocada estaba! Sólo fue el
principio de un horror infernal en el que me encuentro inmersa, atrapada en
esta patética película de serie Z.
Cepheus
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