Botella en mano estuvimos conversando entre esa multitud que se hizo menos inmensa y bulliciosa al avanzar la tarde. Botella que, a decir verdad, estuvo más en mi mano que en la tuya. Sincerándome un poco, te diré que era mi cuarto tinto. Sudé frío para no delatar mi impertinente embriaguez pero —estimulado por la conversación sobre mi natal Lebu— mi llanto —explosivo como espumante de año nuevo— se desparramó salpicando de lágrimas tu vestido. Enterrado en tu pecho escucho la lejanía de "mi más sentido pésame" y un débil "lo siento". Perdóname tú, es que la nostalgia me puede cuando recuerdo a mi bendita madre.
Aida Valle
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