Mi padre
murió en Lebu. Lo hizo vistiendo su atuendo de trabajo, tal como predijo.
Una noche de
farra, y a raíz de una apuesta, trepó el mástil de la carpa y cayó, muriendo en
el acto, el último de su vida.
Lo enterramos
en Lebu porque estábamos de paso.
Veinte años
después he venido a visitarlo. El pueblo está cambiado, salvo el cementerio;
aunque el gran árbol ignoto que recuerdo ahora está seco, quizá agobiado por
tanta pena.
Encontré la
tumba de mi padre, sumergida bajo la maleza salvaje. Deposité un escuálido ramo
de flores y me senté a recordarlo: sus gracias nunca me causaron risa.
Ignoro si el
viento que azotaba al camposanto me jugó una mala pasada: lo vi junto a su
lápida, con su insufrible traje de payaso, llorando.
Por primera
vez me reí de él.
Me acerqué brindándole
un abrazo.
Un Perro Andaluz
No hay comentarios:
Publicar un comentario