Aquella
tarde viajé hasta el cementerio simbólico. Iba vestido con mi disfraz de payaso. Estuve a solas un buen rato
acariciando recuerdos. ¡Se fueron tantos amigos de los que no me pude despedir!
En este pueblo repartí mucha alegría. Mis presentaciones hicieron reír a tantos
que, sin darme cuenta, un día perdí el nombre. Los vecinos comenzaron a
saludarme solo con una sonrisa. Ahora soy yo quien se va. No hay remedio. La capital es la única
solución para estos pulmones que se
resisten a continuar conmigo. No volveré a ser payaso. No para otras sonrisas
ajenas a esta tierra. Aquí queda el
artista. Aquí pudiera hacerse una tumba con mi nombre. De alguna forma, cuando
salga de Lebu, también habré desaparecido.
Raíz de Ceiba
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