Envuelto en su traje de luces y
colores, en un otoño que acollara hojas amarillentas en el piso, mientras el
sol con sus lenguas doradas cae sobre la ciudad, Euyin llega al Cementerio de
Lebu.
Con su gallardía y donaire de
artista circense camina entre las sendas del campo santo, se detiene, se
persigna ante cada lápida, ante cada nombre, imagina cada vida y su historia.
El más grande de los payasos y
acróbatas del mundo, con su cabeza apoyada en el paredón llora frente a la
tumba de su amada, siendo fieles testigos de este momento las aves rapaces,
tiesas, mudas apostadas en las cúpulas de los panteones.
Lebú vió reir a Euyin, en el escenario de su
ciudad; Lebú vió llorar a Euyin, en su cementerio.
Baldomero Ria
muy bueno
ResponderEliminarexelente trabajo!! a ganar
ResponderEliminarMaravilloso!
ResponderEliminarBravo.