Una vez
conocí a un hombre que dedicaba todos sus esfuerzos para alegrar a la gente. Trabajaba
muy duro de sol a sol sin importar si lloviera o relampagueara o si se
estuviera matando de calor bajo su ropa multicolor.
Lo
conocí allá en Lebu mientras pasaba fuera de la Biblioteca de la ciudad. Se
intentaba acercar a la gente y contar chistes para hacer la vida de las
personas más amenas, todo por un par de monedas. Pero la gente no se paraba a
escucharlo y debo confesar que yo también seguí mi camino.
Un día
después mientras caminaba me lo encontré a lo lejos con unas flores y lo seguí.
Posó las flores frente a una lápida mientras decía en voz baja “La única que
reía de mis chistes eras tú amor y a pesar de haber escuchado una que otra
risa, la única que quiero volver a escuchar, es la tuya”.
Mafa L. Arcos
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