Por la gran avenida que
va desde su casa al mar de Lebu se ve bajar todos los días a un niño con un
balde en la mano. Se acerca al agua y
sentado en la arena de la playa contempla absorto la inmensidad del océano. Luego,
mientras el mar lo saluda acariciándole los pies, comienza el ritual de
traspasar con sus manos el agua desde las olas al balde. Nada lo detiene y nada lo distrae. Los
vecinos intrigados por la acción del pequeño se acercan preguntándole el porqué
de su acción:
¡Busco palabras! –responde el niño.
¿Como palabras?
¡Sí, palabras, mi abuelo Gonzalo decía que este mar siempre
conversaba con él y le entregaba el
sonido de su voz… y yo quiero eso, aprender como mi abuelo a escuchar al mar. Alguna
palabra encontraré que quede para siempre en el fondo de mi balde y de mi
corazón!
Olaz
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