Los niños que un
atardecer de invierno jugaban cerca de los pabellones que había yendo a la
desembocadura, en una calle embarrada que tuvo siempre por único asfalto una
mezcla apisonada de escoria, piedras y carbón, sabían que por esos rincones nunca
hubo entrada a la mina. Por eso desestimaron la opinión del extraño cuando este
dijo que era solo un minero camino al trabajo. Los mineros, replicó además uno
de los muchachos, llevan casco y chaqueta de mezclilla y usted solo sombrero y
poncho negros. Sí, dijo el desconocido, tienes razón, y los mineros huelen
también a carbón, mientras que yo solo huelo a azufre, ¿verdad? Corriendo
despavoridamente llegaron a una esquina donde algunos esperaban el bus. ¡Hemos
visto al diablo!, ¡dijo que iba pa' la mina!, quisieron advertir. Los mineros
se rieron con serena complicidad y respondieron: sí, pero no hay de que
asustarse, él vive allá y nosotros lo vemos a diario.
Yo.Se.Rick
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