sábado, 10 de marzo de 2018

122.- EL TÍO

Los niños que un atardecer de invierno jugaban cerca de los pabellones que había yendo a la desembocadura, en una calle embarrada que tuvo siempre por único asfalto una mezcla apisonada de escoria, piedras y carbón, sabían que por esos rincones nunca hubo entrada a la mina. Por eso desestimaron la opinión del extraño cuando este dijo que era solo un minero camino al trabajo. Los mineros, replicó además uno de los muchachos, llevan casco y chaqueta de mezclilla y usted solo sombrero y poncho negros. Sí, dijo el desconocido, tienes razón, y los mineros huelen también a carbón, mientras que yo solo huelo a azufre, ¿verdad? Corriendo despavoridamente llegaron a una esquina donde algunos esperaban el bus. ¡Hemos visto al diablo!, ¡dijo que iba pa' la mina!, quisieron advertir. Los mineros se rieron con serena complicidad y respondieron: sí, pero no hay de que asustarse, él vive allá y nosotros lo vemos a diario.

Yo.Se.Rick

No hay comentarios:

Publicar un comentario