Cada
mañana sobre el brasero, unas tostadas a medio quemar emanaban un aroma
inconfundible. Sobre una esquina la tetera comenzaba su ebullición exacta para
unos mates calientes que mi padre disfrutaba antes de ir a trabajar. Sus manos
torpes y endurecidas por el trabajo, el sol, el frío y los años, marcaban sus
estragos, sus ojos se perdían entre la incertidumbre y la duda de que si ese
día sería diferente o igual a todos los otros. Se levantó despacio y cogió una
taza, me acerqué a él y lo acompañé en el silencio. Mi voz se ahogaba frente a
ese hombre, quien jamás dijo nada desde que mi madre había fallecido, y ya han
pasado 8 años desde aquel suceso. Como buen pescador amaba la mar, pero nunca
le ha perdonado que le llevara a su esposa y le arrancara sus sueños.
Tulipanes de Papel
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