El viejo sigue ahí. Recorre
angustiosamente la legendaria caverna Benavides. Fisgonea en distintas
direcciones, husmea como un ratón cada rincón de la gran cueva.
Cuando la marea sube, se le
pierde el rastro. Vuelve a aparecer cuando el mar se recoge y repite una y otra
vez la misma búsqueda como una lastimera partitura aprendida hace siglos.
No le agradan
los visitantes. Los ahuyenta de cualquier manera. No desea compañía. Desconfía.
Actúa con recelo, como si escondiera un tesoro bajo las barbas o en los
bolsillos de su traje, medio patriota y medio realista.
Stuka
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