Emanuel
Llegas
exangüe, tu expectoración persistente delata el frío invernal que padeció tu
cuerpo. Te sirvo café en tu taza favorita y me siento frente tuyo, a evocarte;
y nos miramos…, sólo nos miramos…, en
una conversación ausente, pero plena de entendimiento. Te retiras al dormitorio
somnoliento, para levantarte pasado el mediodía a esperar silente, en tu sillón
preferido, la hora de tu partida; como hace cuarenta años, cuando arrebataron
tu existencia y te fuiste para volver. Llega, inevitable, el momento de tu
partida y con un beso, impalpable, te despides y traspones el dintel de la
puerta, y miro tu figura desvanecerse por la calle con el atardecer crepuscular
del crudo invierno de Lebu. La luna es testigo que desde mi tálamo vacío, tal
como ayer y anteayer, esperaré tu retorno al despuntar el alba, para
recordarte, mirarte y platicar callados.
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