Máximo César
No tengo la más mínima idea de cómo usar esa palabra
solicitada, pensaba el escritor, con el cigarrillo entre los labios -el último
de la cajetilla- y la hoja en blanco de Word frente a él. No se puede escribir
sobre algo que no se conoce, agregó mientras dejaba caer todo su peso en el
respaldo de la silla. Él nunca había salido de la Ciudad de México y, a pesar
de tener la herramienta del internet a su alcance, no le era suficiente para
poder imaginar algo sobre aquel lugar lejano cuyo nombre tenía que figurar en
su escrito. Fatigado, cerró la laptop, apagó el cigarro en el cenicero colmado
de ceniza y colillas, y se resignó a no poder escribir nada usando la palabra
Lebu.
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