Aguja
Se vieron de
lejos, ella se detuvo, sonrió gozosa, el caminó más de prisa, algo desordenado,
como queriendo acortar la distancia, se sentían solos en medio de la
muchedumbre en una calle de la lejana Lebu, quién mas podía interesar, se
dieron un beso en plena calle, a las once del día. Caminaron de la mano como si
las suma de sus más de cien años no pesaran, y los tantos de matrimonio fueran
veinte días y los nietos no estuvieran.
—¿Le ocurre algo, señor?
—Estoy mareado, ¿viste una mujer a mi lado?
—No, mi viejo.
Se agachó, se
sentó en la acera y lloró como un niño.
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