Slayers
Desde hace semanas todas las
noches parecen fundirse en una misma. A las diez y tres minutos mi madre aparece
en el umbral del salón y camina hasta la cocina. Entonces se detiene siempre en
la última baldosa antes de entrar y nos mira mientras se balancea adelante y
atrás atrapada en un último paso que no se atreve a consumar. Yo me trago las
lágrimas que mi abuela nunca se guarda mientras me pide silencio, respeto y
comprensión. Yo comprendo qué mamá está tan atada a nuestro Lebu natal como a
nuestros corazones. Pero yo no quiero mirarla más. No quiero guardar silencio.
Quiero que se vaya. Que se dé cuenta que nunca llegó a la cocina. Que papá, en
su locura, la alcanzó con el hacha a las diez y tres minutos. Que nunca llegó a
saber si el pastel que nos preparaba estaba ya en su punto.
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