Galia
Prohibieron mi nombre, sellaron mis labios, maniataron
mi mente, y me sentí perdido, sin
destino. Decidí tomar otro rumbo,
recorrí lugares, crucé ríos.
La cordillera se alzó imponente y me desafió. Acepté
el reto, me adentré en sus paredes,
y escalé sus
muros escarpados. Ya, del otro lado, encontré un bosque y busqué reposo; en un
sitio, Lebu, en la araucaria, erguí mi refugio.
La caverna se convirtió en mi lecho, en mi protección.
Dormí en cuna de piedra, el viento trajo voces mapuches que arrullaron
mi sueño.
El fuego dio luz y elevó el termómetro en invierno, un
surco de líquido tenue del Leufú refrescó mi sed, en otoño, el estío me
despertó en las arenas blancas, junto al
mar.
Pero el hombre escuchó mi grito triste, me encontró
durmiendo, solo cubierto con el horizonte, me abrió los ojos, me besó y me
regresó del exilio.
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