En esos momentos vive plenamente. Mientras
deviene payaso, avanza hacia la felicidad, hacia las risas, hacia los colores que el gris, que
le recuerda el carbón de antaño, se empeña en eliminar de su corazón.
En el cementerio de Lebu se encuentran
diariamente. Ha descubierto en ese espacio
de silencios, la plenitud de la vida. En él, las almas celebran las visitas y las flores,
y se regocijan en un mundo sin muerte.
Junto a su sepulcro, él la siente tan
viva como el pasto que allí crece. Ha retirado la losa gris, porque ella
necesita el cielo, el sol y el aire de Lebu, su pueblo. Es su mano etérea la que lo guía mientras se
viste de colorines y transforma su rostro. Su presencia acompaña su torrente de
recuerdos.
Luego vuelve al sepulcro de su casa, para
morir con la apariencia del hombre sin color que espera el renacer del mañana.
Verando
Una visión original del cementerio de Lebu como un espacio de vida de las almas. Buena idea bien escrita.
ResponderEliminarUna extraña forma de vivir un cementerio que satisface a los que creemos en la vida después de la muerte.
ResponderEliminarLas imagenes que se crean en la lectura, me guian a tener otra explicación de la "tristeza" en las caras multicolores de los payasos
ResponderEliminar¡Que idea rara hablar de un payaso en un cementerio! Me hizo reflexionar acerca de la muerte. Me gustó el trabajo.
ResponderEliminarExcelente narración que invita a reflexionar sobre la dualidad entre la vida y la muerte, la nostalgia de los que ya no están pero siguen presentes de alguna manera.
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