Desde hacía días el viento no
dejaba de mover cosas en la Casa grande.
Pero ya casi nadie podía
percibirlo. Después que la policía del tirano entrase en cada sitio de aquella
comarca, sólo se escuchaban los ecos de los estertores sofocados por la
brutalidad de las bestias. Cuando Corina regresó de su viaje encontró una
pandilla de espectros acechando la Casa. Y tenía que agudizar el oído para no
ser sorprendida. Temía ser expulsada por las almas que habían sido arrancadas
de los cuerpos por la furia de los carceleros de la libertad.
Emilia Blake
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