De alguna
forma, había terminado en el piso. La nariz me dolía y la sangre llenó mi boca.
Escupí en una baldosa que me era extraña. Observé la habitación que me rodeaba
y tampoco la reconocí.
Como la
puerta estaba abierta, decidí salir para preguntar en dónde me hallaba, pero no
vi a nadie. También intenté llamar a las diferentes casas del vecindario, todas
hechas de piedras grises y blancas. Algunas parecían pertenecer a un niño y,
otras, a personas con mucho dinero. Pero daba igual su condición económica, su
edad o que yo estuviera disfrazado de payaso porque nadie me contestaba
siquiera.
Seguí
caminando por esas particulares calles bajo la resolana que generaban las nubes
grises hasta que me topé con un cartel que gritaba que le prestaran atención.
Las letras marcaban con claridad que aquel era el Cementerio Municipal de Lebu.
Júpiter Menfis
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