miércoles, 21 de febrero de 2018

064.- EL MÁSTIL DE ODISEO


Ella miro el faro. A lo lejos, las primeras luces naranjas empezaban a subir.
—¿Y entonces? —pregunté. La mirada siempre puesta en el mar.
—No hay nada. Entonces no hay nada.
Ella me dio un beso en la mejilla.
Las luces naranjas estaban brillando en el cielo. El sol huyó dentro de una nube.
Contuve la necesidad de parpadear, tenía miedo de que ella fuera a desaparecer en un respiro. Pensé que tenía razón entonces —todavía lo pienso—: no había nada, nunca hubo nada; una mera ilusión.
Caminó hacia las débiles olas que se formaban en el agua, y se fue.
Esa fue la última vez que visité la ciudad.
Alejo Pavía.

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