Ella miro el faro. A lo lejos, las primeras luces
naranjas empezaban a subir.
—¿Y entonces? —pregunté. La
mirada siempre puesta en el mar.
—No hay nada. Entonces no
hay nada.
Ella me dio un beso en la mejilla.
Las luces naranjas estaban brillando en el cielo. El
sol huyó dentro de una nube.
Contuve la necesidad de parpadear, tenía miedo de que
ella fuera a desaparecer en un respiro. Pensé que tenía razón entonces —todavía
lo pienso—: no había nada, nunca hubo nada; una mera ilusión.
Caminó hacia las débiles olas que se formaban en el
agua, y se fue.
Esa fue la última vez que visité la ciudad.
Alejo Pavía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario