Un mar de gente comienza a inundar la babilónica capital.
Es de madrugada, las embarcaciones con su carga marina deben estar llegando a
la costa en un vaivén de aguas destellantes. Afuera, una suave llovizna moja
los cristales de la micro, el húmedo olor se cuela por las ventanas
descuadradas del cetáceo de metal. Cierra los ojos, y por un instante siente el
bamboleo, la brisa en la cara y el rugir de las olas. Es Lebu, que la saluda en
la distancia, en esa mañana gris de Santiago.
Cuca