Esos veranos... todos los años llegábamos en bus hasta el pueblo y el viaje nos parecía eterno. Lebu era irreal hasta que en uno de los innumerables recodos y vueltas del trayecto divisábamos el mar y allí estaba el escenario: olor de mar, de carbón, viento sobre el rostro. Premonición de la felicidad que tendría que llegar porque así estaba estipulada. La vida había dispuesto que los niños que éramos tuviéramos un espacio y un tiempo que estaba acá y no en otro lugar.
-Elisita, ya es tarde.
La figura de blanco, corpulenta, la vigila.
-Hay que volver al hogar. Mañana otro paseo.
-...
-No se le olvide el cuaderno. Sin él, anda muy inquieta usted.
Memoriosa
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